sábado, 13 de diciembre de 2014

carta al director : Elisa de la Nuez Sánchez-Cascado

La doble moral o el doble lenguaje de la clase política

Los signos de que vivimos en tiempos de urgencia y de cambio se están multiplicando, pero quizás los más relevantes –además de los demoscópicos- son aquellos que ponen de manifiesto hasta que punto el doble lenguaje o la doble moral de nuestra clase política nos resulta insoportable, tanto desde el punto de vista intelectual como emocional. Manifestaciones como la de la Secretaria General del PP, Dolores de Cospedal, en el sentido de que en su partido ya han hecho todo lo humanamente posible para combatir la corrupción, simplemente suenan simplemente a tomadura de pelo. Sobre todo cuando son “compatibles” con la concesión del tercer grado a Jaume Matas, la espera indefinida (en su casa) del indulto de Carlos Fabra, el apoyo del partido al alcalde de Brunete o la foto de la reimputada alcaldesa de Alicante con el rey, por poner varios ejemplos recientes. Lo mismo puede decirse de la rueda de prensa de Esperanza Aguirre mostrando su sorpresa y su escándalo por la prisión (sin fianza) de su ex mano derecha, o izquierda, Francisco Granados y de varios de sus compañeros de fechorías, todos ellos del PP de Madrid que ella, todavía, preside. No contenta con eso no tiene problemas en presentarse ante la opinión pública como “martillo de corruptos”. Bromas aparte –y ha habido muchas bromas en las redes sociales, porque ingenio no nos falta- conviene reflexionar sobre la gravedad de este tipo de declaraciones y lo que significan.

Efectivamente, este tipo de manifestaciones pone de relieve un doble lenguaje que recubre a su vez una doble moral a la que nuestra clase política está muy acostumbrada sobre todo en lo que se refiere a sus propias organizaciones. Desde un punto de vista “partidista” no parece existir ninguna incoherencia entre proclamar el respeto a las resoluciones judiciales y torpedear todo lo posible la labor de los jueces de instrucción que investigan la financiación ilegal o las tramas de corrupción que afectan a los partidos o entre proclamar la indignación ante la corrupción y los corruptos y mantener y apoyar a dirigentes políticos a los que se ha pillado “in fraganti” intentando comprar a concejales de la oposición, como en el caso del alcalde de Brunete –del que ya hablé en este mismo blog Tampoco la lucha denodada contra la corrupción impide a dirigentes con una hoja de servicios supuestamente más intachable como Alberto Nuñez Feijóo “recolocar” más o menos discreta o indiscretamente a los que han tenido que dimitir “por la causa”, como ha ocurrido recientemente con el ex alcalde de Santiago, Angel Currás, nombrado delegado de la empresa pública TRAGSA en Galicia después de haber dimitido por estar imputado (él y otros siete ediles) en la denominada “Operación Pokemon”.

Y es que en el fondo de este doble lenguaje o esta doble moral subyace una idea muy peligrosa para la democracia: robar o mentir por el partido es “mejor” que robar o mentir en beneficio propio o particular y por tanto, en el fondo, no está tan mal. Pero sinceramente esta distinción, como bien recuerda Javier Pradera en clarividente libro póstumo “Corrupción y política” (escrito en el año 1994 aunque publicado ahora) es más bien difusa, por lo menos para el común de los mortales. Por poner un ejemplo, para el ciudadano de a pie es poco relevante el que Bárcenas robase para sí, para el partido o para los dos a la vez. Pero la perspectiva es muy diferente desde el punto de vista de la organización. Por eso es posible que los responsables de las tramas de financiación ilegal de los partidos aparecen casi ante sus líderes y correligionarios –cuando les pillan, claro está- como una especie de mártires (“Se fuerte Luis”) que se sacrifican y sobre todo se callan por el bien de la organización. Esa es la razón, a mi juicio, por la que a tantos implicados en tramas de corrupción organizada que se ven obligados a dimitir por la presión de la opinión pública se les busca acomodo en otro sitio, siempre por supuesto a cargo del contribuyente. Eso sí, cuando se descubre que entre maletín y maletín algún dinero se ha despistado y no ha ido a parar a financiar campañas electorales, gastos corrientes o sobresueldos y gastos de protocolo de la cúpula sino a la cuenta en Suiza del interesado, los mismos líderes y compañeros de viaje son los primeros en rasgarse las vestiduras. Hasta ahí podíamos llegar.

En mi opinión parece claro que estas actuaciones opacas e ilegales en favor de un partido político -muy probablemente toleradas o incluso protegidas por sus dirigentes aunque probablemente no sea posible demostrarlo nunca en vía penal- son tremendamente dañinas y exigen la depuración de responsabilidades políticas por culpa “in eligendo” o “in vigilando”. Parece muy complicado a estas alturas sostener un discurso regenerador o luchar contra la corrupción presentando un cartel electoral con dirigentes bajo cuyos mandatos han florecido tramas mafiosas de corrupción organizada por muchos golpes en el pecho que se den y por muchas disculpas que se pidan a los ciudadanos. Y tampoco está de más recordar que de estas tramas de corrupción suelen salir beneficiados de forma indirecta estos mismos líderes al contar con más dinero que sus oponentes para sus campañas y también de forma directa, en la medida en que se satisfacen sus necesidades de sueldos, gastos de protocolo, viajes, etc, etc con cargo al partido. Esto por no hablar de los casos en que se han obtenido directamente regalos y favores de tramas corruptas, como ha ocurrido con el ex Presidente Camps o la actual Ministra de Sanidad Ana Mato.

Y es que como señalaba Javier Pradera en el libro antes citado, y aunque no es obligatorio tener que elegir entre dos males –como bien recordaba Hannah Arendt el mal menor sigue siendo un mal- probablemente es aún peor robar para el partido que para uno mismo. La actividad de financiación ilegal de los partidos vía comisiones o maletines en último término corrompe el sistema (ahí están las tramas mafiosas de corrupción ligadas a la contratación pública, las subvenciones o a las recalificaciones urbanísticas) destruye la confianza de la ciudadanía en las instituciones y en último término pone en peligro la propia democracia.

No solo eso: la clave del regeneracionismo y de la lucha contra la corrupción pasa por impedir que los que dirigen los partidos y las Administraciones puedan hacer un uso patrimonial de las mismas no solo para aprovecharlas en beneficio propio y construirse unos chalets impresionantes sino también para utilizarlas en la construcción, mantenimiento y alimentación de redes clientelares de apoyo que socavan las instituciones y subvierten el Estado de Derecho. Claro está que es difícil que los viejos partidos que han hecho política durante casi cuarenta años permitiendo y fomentando estas redes clientelares sean ahora capaces de acabar con ellas. Este es realmente su dilema y de ahí la creciente esquizofrenia que pone de relieve el discurso oficial o la distancia entre lo que se dice y lo que se hace.

En todo caso, creo que es muy sano ir acabando por el bien de todos con el doble lenguaje y la doble moral porque sencillamente la sociedad ya no está dispuesta a tolerarlo más. Aquí no debe haber más que una misma moral y un mismo lenguaje para todos. Seguro que así nos vamos a entender mucho mejor.

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